¡PARTELE LA PIERNA!

     Oímos, en la radio, al entrenador de un equipo de futbol de 2ª B; que no se encuentra bien clasificado, sobre todo después de la derrota del último fin de semana (en casa); recomendar o más bien exigir a sus jugadores que cambien de actitud, que sean contundentes, que paren el juego del equipo contrario, que cometan más faltas.

     Es, cuando menos, asombroso y desde luego peligroso, no sólo para el deporte si no para cualquier actividad social, escuchar, a través de un medio de difusión público, a un entrenador exigir a sus jugadores que se salten las reglas del juego. No se da cuenta «el energúmeno este» – se trata de un espécimen que abunda alrededor de los terrenos de juego – que animar, alentar, invitar o empujar al incumplimiento de las reglas del juego, conduce a la desaparición del juego mismo. Si no hay reglas, o nos las saltamos a la torera, no hay juego, no existiría ese juego como tal.

 

     ¿Qué estamos haciendo de deportes como el futbol, el ciclismo, el atletismo o el baloncesto? ¿En qué acabará convertido el de alta competición e incluso (semana tras semana aparecen nuevos ejemplos) el deporte amateur o aficionado? Acaso en una sucesión, cada vez mayor y más sucia, de casos de doping, de violencia, de resultados amañados, de corrupción al fin.

     Desde nuestro punto de vista la transformación que está sufriendo el deporte, y no sólo el de competición, en los últimos tiempos, se debe fundamentalmente a la combinación o sucesión de tres factores que trataremos de esbozar en los siguientes párrafos:

     En primer lugar, haber tomado conciencia los gobernantes o clases dirigentes, de que la competición deportiva es «opio para el pueblo», constituye un punto de inflexión en la consideración que se hace del deporte en general.

     En segundo lugar, la irrupción de los medios de comunicación (prensa, radio y televisión) en el ámbito deportivo, ampliando y magnificando el concepto de pueblo/espectador, es otro de los aspectos básicos en este análisis.

     Y por último, la progresiva profesionalización del deportista y su paralela y desenfrenada retribución económica constituyen otro de los ingredientes de este cóctel metabólico cuya ingestión tenemos que digerir.

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