Viajo a París desde Valencia, mi sobrino estudia allí y me comprometí con él a echarle una mano (limpiar y cocinar básicamente) durante sus duros exámenes finales.
Veinte días antes, reservo pasaje en una compañía de bajo coste a través de un buscador de vuelos de esa índole. El precio del viaje de ida y vuelta es absolutamente irrisorio ¿de qué otra manera se puede llamar a la factura abonada por importe total de 80’95 euros?, considerando además, que el precio incluye gastos de gestión, un bulto para facturar y seguro de cancelación. Bueno, quizás también se la podría calificar de ridícula.

Nene, ¡nadie regala duros a cuatro pesetas!, me viene de inmediato a la memoria este famoso refrán tan repetido por nuestros mayores, cuando descubríamos el engaño por la compra de algo que habíamos considerado una ganga. Tras varios días con el mismo martilleándome la cabeza y lleno de dudas e incertidumbre, trato de confirmar los datos de mi reserva a través de Internet y por la misma vía que había adquirido los pasajes a París; no lo consigo (cuando pincho en confirmar reserva me aparece la pregunta: ¿qué hotel ha pedido? y recurro a una vía más familiar para mí, el teléfono. Llamo al número que me indica en la reserva que, ya impresa, obra en mi poder. Tras advertirme, la operadora automática, de que el coste de la llamada es de 0,85 cents/minuto -creo recordar que lo mismo cuesta llamar a algunas líneas eróticas- y de torearme también automática y sistemáticamente durante varios minutos y al menos en tres ocasiones, desisto.

Desisto, en la certeza de que tengo en mi poder todo lo que necesito para volar, según ellos mismos explican en la reserva impresa.
Unos días antes de la fecha de mi viaje e inquieto aún, en este caso por el tema del equipaje y su peso, olvidé decir que del total  pagado  a este concepto correspondían  26 euros -obsérvese que dos bultos, así lo llaman ellos, no muy pesados, valen más que yo- intenté de nuevo telefónicamente informarme del peso máximo autorizado, sin conseguirlo tampoco, y habiendo empleado en ello un tiempo  que es oro y que a ese precio lo cobran.

Esas mismas dudas, inquietudes y recelos debieron asaltar, para luego confirmarse, a muchos pasajeros pues la cola para abonar los excesos de equipaje era más larga, en algunos momentos, que la cola de facturación. En mi caso el exceso era de 9 kilos y pagué  135 euros. En esto si que son una de las compañías aéreas mas caras del mundo.

El bulto debo de ser yo, pero para ilustrar mi ignorancia, yo les rogaría a esas compañías que respondan a tres preguntas:

¿Cuánto facturan por su servicio telefónico de información?
¿Cuánto facturan en concepto de exceso de equipaje?
¿Qué porcentaje suponen ambos conceptos respecto a su facturación total?

Si lo hacen  podremos, al menos en parte, contestar fácilmente al porqué de los bajos precios de las mal llamadas compañías de bajo coste.

A lo de los “bajos vuelos” ya intentaremos responder en otro artículo.